Dolor y deporte

jueves, 15 de mayo de 2014 · Posted in

El deporte se define como la realización de una actividad física más o menos intensa que pretende mejorar el rendimiento de las estructuras orgánicas, músculo-esqueléticas y por añadidura del conjunto de la persona.

El deporte se ha convertido en el paradigma de la salud, el complemento imprescindible a los hábitos de vida. A falta de depredadores que nos cacen o de presas que cazar, hemos reemplazado la necesidad por virtud añadiendo a nuestras obligaciones la de mover “el esqueleto”.

El deporte amplia nuestra resistencia, mejora nuestros límites y nos permite tolerar esfuerzos mayores. Hacer deporte es de alguna manera sobreponernos a nuestros límites físicos y psicológicos; al dolor de huesos, músculos y articulaciones; y a la falta de aire, al “muro “de la penúltima vuelta, que nos empujaría a tirarnos al suelo y dejar el sufrimiento.

Hasta aquí estamos de acuerdo. Pero cuando hablamos del deporte y pensamos en deporte de competición, las cosas pueden cambiar, si bien toda actividad física superior a la habitual requiere una revisión individual con el umbral del dolor soportable.

Cada entrenamiento, no solo supone una adaptación física o psicológica al esfuerzo, supone una repetida auto imposición de un sufrimiento medido, una especie de tributo progresivo al dios del deporte en forma de auto sacrificio a cambio del endurecimiento para el gran día.

Diríamos que cuanto más intenso y vivido haya sido el sufrimiento, más seguro e intenso es el significado del éxito sobre la prueba, el hecho de la superación y el éxito compensa el dolor de su consecución.

En el altar del deporte, continuamente se ofrecen sacrificios a esos dioses. Antes dolor era una cuestión de auto superación. Actualmente, con los intereses económicos de las marcas de artículos deportivos, ropa, tecnología, la publicidad, estos nuevos gladiadores han ascendido a la cima de la pirámide social, son objeto de culto y envidia por su juventud, belleza y capacidad de sacrificio.

Muchas veces obviamos el dolor y la miseria de la que han surgido en sociedades o países donde la única alternativa a la muerte es el deporte. No somos muy conscientes de cómo solo el primero tiene el reconocimiento y el segundo cae en el olvido (no digamos el tercero)

El deporte de competición devora como Saturno a sus hijos, necesita más y más carne fresca y a veces destruye la vida de sus hijos.

El deporte, como todo en la vida, tiene su medida. Los buenos hábitos, como los buenos deseos, tienen su justa compensación y llevarlos al extremo puede acabar con sus bondades. Esto no quita para admirar el auto control y el esfuerzo de los deportistas profesionales, pero tratando de evitar transformarlos en juguetes rotos cuando llegan a la madurez (o en lisiados, por las secuelas de lesiones repetidas mal curadas)

Sirva esta reflexión como homenaje de admiración, y como aviso a navegantes, “men sana in corpore sano”, es necesario educar también el espíritu de estas personas para que sepan envejecer.

Dicho sea de paso, muchos se cambiarían sin pensar por los triunfadores, aunque en el camino miles han quedado apartados por diversos motivos. El deporte es una escuela de vida, pero no la única.

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